La
mañana estaba fría y silenciosa, ocultando entre las largas y congeladas
paredes del edificio el vuelo de un alma que se elevaba hacía el resplandor del sol, abriéndose paso por los angostos pasillos traspasaba los muros
del laberinto humano, era libre, era eterna, tan feliz que jugaba con el aliento perdido de las personas que dormían pasivamente en sus habitaciones, atravesando los cuerpos somnolientos, estremecía de pies a cabeza la piel y el esqueleto de los yacentes que se alteraban al sentir su astral presencia. Mirando a través de los ojos cerrados de los anestesiados observaba la proyección de sus sueños, revelando en el mundo onírico las mascaras cotidianas que se ocultaban en sus pesadillas, veía como cada individuo de la sociedad moría por dentro ahogado en una profunda depresión que tapaban envuelta en falsas sonrisas, enviando hacia el inconsciente de sus sueños todos sus miedos y traumas reprimidos para nunca tener que afrontarlos con la sinceridad de su alma, y se convertían progresivamente en espíritus que se iban
consumiendo en la rutina diaria, en relaciones falsas en amores perdidos y en la
hipocresía que nunca definía sus sentimientos. Todos lloraban por
dentro y vivían un teatro existencial que los deprimía hasta morir
desesperados buscando un refugio de amor y sinceridad que los eleve sus animas hacia la gloria. Siguiendo la luz
del alba que se colaba por las ventas de los desolados corredores, aquella alma libre, dejaba
en el encierro de cuatro paredes su cuerpo que empezaba a descomponerse y
ha forma parte de la muerte inevitable de los seres vivos, un cuerpo que se iba diluyendo en las tinieblas y el vacío que pudrían la carne y los
huesos, convirtiéndose en una entidad que no valía nada sin su alma,
alma que cansada de las cadenas de la humanidad buscaba la libertad del cosmos. Desprendiéndose de la vida
dejaba la sombra de conflictos que atrapaba los espíritus encarcelados en los hombres y mujeres que dormían tranquilamente en aquel edificio. Alejándose de
la confusión humana flotaba por las esquinas de la ciudad, sintiendo en
cada persona que traspasaba un sentimiento oculto, un sentimiento que
nunca se atrevían a expresar, sentimientos que anclaban sus vidas a las cadena de las tragedias existenciales. Elevándose más allá de los rascacielos construidos por el hombre para tapar la claridad del cielo, volaba sobre las
nubes y el firmamento, donde las grades ciudades se veían como prisiones grises que
encerraba las almas y los sentimientos del hombre, mientras que en las áreas verdes al alrededor de las metrópolis las
monumentales montañas resplandecían en la desnudes de la tierra, y los campos y llanuras, se pintaban en resplandecientes
colores que abrían las alas de las almas hacia la eternidad de la creación.
Juan Morillo
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